martes

Mañana de domingo





El eco casi se ha extinguido.
Ha cedido paso a una nueva melodía
Seductora, peligrosa, adictiva.

Sonrío y temo.

La vida continua, incluso
A nuestro pesar.





miércoles

Desgracia e injusticia



Infame declaración de Vicente Fox sobre el caso Ayotzinapa: “A los padres de familia, un mensaje de un padre de familia: no pueden vivir eternamente con ese problema en su cabeza, la vida sigue adelante. Qué bueno que quieren tanto a sus hijos, qué bueno que los extrañen y los lloren tanto, pero ya tienen que aceptar la realidad. El país tiene que seguir caminando y ellos también con el resto de su familia”. Perdonen que se las recuerde, seguramente la han leído o escuchado. Aquí no me interesa, no obstante, hacer un recuento de los traspiés de nuestros últimos mandatarios. México no ha tenido desde hace décadas el gobierno que se merece. Lo que me interesa es analizar el trasfondo de la declaración, el sutil error que hay detrás, y lo pernicioso que es olvidarnos de algunas distinciones importantes.

Empiezo con un ejemplo que usa Michael Sandel. Hace algunos años un terrible huracán azotó las costas de Florida. Muchas familias perdieron su casa, su trabajo, a sus seres queridos. Todos diríamos a coro: ¡qué terrible desgracia! Frente a una desgracia como ésta parece que sólo cabe la fortaleza. Levantarse cada mañana, si es que se tiene dónde dormir, y tratar de reconstruir lo perdido. Volver a la vida; pues, en efecto, la vida sigue.

No obstante, una desgracia como ésta fácilmente puede convertirse en una injusticia. ¿Cómo? ¿Acaso las desgracias no las causan fuerzas que están más allá de nuestro control y las injusticias, por el contrario, son causadas por otros seres humanos con intención? Sí y no. En efecto, parece que nadie es el culpable de que un huracán destruya tu hogar. Sin embargo, detrás de toda desgracia se alojan las injusticias más sutiles o más devastadoras.

Pensemos en dos injusticias que pueden estar detrás de una desgracia como ésta: si el gobierno no destinó recursos para prevenir daños causados por un huracán, en costas que habitualmente sufren percances de este tipo, dicho gobierno cometió injusticia contra las familias ahora en desgracia. Sigamos con el ejemplo. Después de que el huracán azotara las costas, los expendedores de víveres esenciales (como agua potable y medicinas) inflaron los precios de sus productos sin restricción. Lo que sucedió es que la gente tuvo que comprar por diez dólares una botella de agua que en otro momento hubiese costado un dólar. Los republicanos libertarios defendieron a los expendedores con el argumento simple del libre mercado: los precios se fijan a partir de la oferta y la demanda. Nada hay de malo en ello. ¿Acaso la intuición no nos dice lo contrario? Sin duda, ¿qué hay de libre en un mercado que extorsiona a los consumidores para que compren a precios inflados productos que requieren dada su desgracia? Otra vez, una desgracia se convierte en una injusticia.

El punto es que carecemos de una distinción clara entre desgracia e injusticia. Como bien señaló Judith Shklar, una desgracia fácilmente se convierte en una injusticia cuando no tenemos la disposición y la capacidad para actuar en nombre de las víctimas, para culpar o absolver, para ayudar, mitigar o compensar, incluso cuando miramos a otro lado.

El caso Ayotzinapa no es una desgracia. Y no lo fue desde un inicio: perpetrado por el gobierno en diferentes escalas, y ahora ignorado por casi todas las autoridades. Frente a una desgracia cabe la aceptación, no frente a una injusticia. Y Ayotzinapa es hoy el símbolo de todas las injusticias en México. Así que no, no será olvidado.


Mi querido Chente: no, los padres no olvidarán lo sucedido. Claro que extrañan a sus hijos, y mientras vivan lo seguirán haciendo. Pero no callarán. No dejarán su lucha, porque lo que ahora viven no es una desgracia, es una terrible injusticia. Y no, tampoco lo olvidaremos nosotros, porque si callamos, si olvidamos, estaremos cometiendo una terrible injusticia con aquellas familias: habremos sido incapaces de actuar desde la perspectiva de las víctimas, habremos mirado a otro lado cuando en este momento no hay a otro lugar al que mirar que a su pérdida, a la pérdida de todos nosotros de un Estado que nos garantice seguridad. Y, ¿qué crees? Ahí no acaba. Tampoco callaremos ni olvidaremos lo sucedido con Carmen Aristegui. No nos olvidaremos de la Casa Blanca. Y tampoco nos olvidaremos de señalar día a día los atropellos de este gobierno que no es el nuestro. Porque México es mucho más que una panda de corruptos y asesinos. Y sabes qué, tarde o temprano, seremos nosotros los que ganaremos. 

Traducción de "Eleven Dogmas of Analytic Philosophy"




Once dogmas de la filosofía analítica
La filosofía natural hace uso de evidencia científica, no de intuiciones
Paul Thagard

La filosofía es la tentativa por responder las preguntas fundamentales sobre la naturaleza del conocimiento, la realidad y la moral. En América del Norte y el Reino Unido el enfoque filosófico dominante es la filosofía analítica, la cual intenta emplear el estudio del lenguaje y la lógica para analizar conceptos que son importantes para el estudio del conocimiento (epistemología), la realidad (metafísica) y la moral (ética).

Prefiero un enfoque alternativo de la filosofía que está mucho más estrechamente vinculado a las investigaciones científicas. Este enfoque se denomina, en ocasiones, “filosofía naturalista” o “filosofía naturalizada”, pero prefiero la denominación filosofía natural, que es más concisa. Previamente a que las palabras “ciencia” y “científico” se volvieran comunes en el siglo XIX, los investigadores —e.g., Newton— describieron su trabajo como filosofía natural. Me propongo reactivar este término para designar un método que vincula a la epistemología y a la ética de manera cercana a las ciencias cognitivas, y a la metafísica cerca de la física y otras ciencias.
  
Para aclarar la diferencia entre la filosofía analítica y la filosofía natural, aquí está una lista de once dogmas que pienso que son asumidos por los filósofos analíticos, aunque rara vez los hayan defendido de forma explícita. Para cada uno, formulo su alternativa natural:

  1. El mejor acercamiento a la filosofía es el análisis conceptual, el cual hace uso de la lógica formal o el lenguaje ordinario. Alternativa natural: investigar los conceptos y teorías que se elaboran en las ciencias relevantes. La filosofía consiste en la construcción de teorías, no en el análisis conceptual.
  2. La filosofía es conservadora, analiza conceptos existentes. Alternativa natural: en lugar de asumir que los conceptos de las personas son adecuados, desarrollar conceptos nuevos y perfeccionados que estén integrados en teorías explicativas. El punto no es interpretar conceptos, sino cambiarlos.
  3. Las intuiciones de las personas fungen como evidencia para las conclusiones filosóficas. Alternativa natural: evaluar críticamente las intuiciones para determinar sus causas psicológicas, que a menudo están más vinculadas a los prejuicios y errores que a la verdad. ¡No confíes en tus intuiciones!
  4. Los experimentos mentales son una buena forma de generar evidencia intuitiva. Alternativa natural: usar experimentos mentales sólo como una forma de generar hipótesis, y evaluar objetivamente las hipótesis considerando la evidencia derivada de observaciones sistemáticas y experimentos controlados.
  5. Las personas son racionales. Alternativa natural: reconocer que las personas son a menudo ignorantes en materias de física, biología y psicología, y que sus creencias y conceptos son frecuentemente incoherentes. La filosofía debe educar a la gente, no excusarla.
  6. Las inferencias se fundamentan en argumentos. Alternativa natural: mientras que los argumentos son seriales y lingüísticos, las inferencias operan como procesos neurales paralelos que pueden echar mano de representaciones que involucran modalidades visuales y de otros tipos. El pensamiento crítico es diferente de la lógica informal.
  7. La razón es independiente de la emoción. Alternativa natural: considerar que los cerebros funcionan en virtud de las interconexiones entre los procesos cognitivos y emocionales, las cuales suelen ser valiosas, pero en ocasiones también pueden conducir al error. La mejor forma de pensar es, a la vez, cognitiva y emocional.
  8. Existen verdades necesarias que lo son en todos los mundos posibles. Alternativa natural: reconocer que ya es bastante difícil descubrir lo que es verdad en este mundo, y no hay manera confiable de establecer lo que es verdad en todos los mundos posibles, por lo que habría que abandonar el concepto de necesidad.
  9. Los pensamientos son actitudes proposicionales. Alternativa natural: en lugar de considerar a los pensamientos como relaciones abstractas entre seres abstractos y entidades abstractas oracionales (sentence-like entities), aceptar la súbitamente creciente evidencia de que los pensamientos son procesos cerebrales.
  10. La estructura de la lógica revela la naturaleza de la realidad. Alternativa natural: considerar que la lógica formal es sólo una de las muchas áreas relevantes de las matemáticas para la determinación de la naturaleza fundamental de la realidad. Entonces podemos evitar el error de inferir conclusiones metafísicas a partir de la lógica que esté de moda; como Wittgenstein lo hizo a partir de la lógica proposicional, Quine a partir de la lógica de predicados, y Kripke y Lewis a partir de la lógica modal.
  11. El naturalismo no puede abordar cuestiones normativas acerca de lo que la gente debe hacer en la epistemología y la ética. Alternativa natural: adoptar un procedimiento normativo que evalúe empíricamente el grado en que las diferentes prácticas alcanzan los objetivos del conocimiento y la moral.

Lo que llamo filosofía natural no es algo nuevo, ya que ha sido practicada de diversas formas por distinguidos filósofos como Tales, Aristóteles, Epicuro, Lucrecio, Bacon, Locke, Hume, Mill, Peirce, Russell (después de 1920), Dewey, Quine (después de 1950) y Kuhn. También existen muchos filósofos contemporáneos que realizan progresos en torno a los problemas relativos a la naturaleza del conocimiento, la realidad y la ética, sin sucumbir ante los dogmas de la filosofía analítica. La filosofía debe ser exógena y dirigir su atención a los problemas del mundo real y a los resultados científicos relevantes, no endógena y preocupada sólo por su propia historia y técnicas.

[Traducción de Mario Gensollen]



Paul Thagard es profesor de Filosofía y director del Programa de Ciencias Cognitivas en la Universidad de Waterloo, Canadá. Sus libros incluyen: The Cognitive Science of Science:  Explanation, Discovery, and Conceptual Change;  The Brain and the Meaning of Life;  Hot Thought: Mechanisms and Applications of Emotional Cognition; and Mind: Introduction to Cognitive Science.


Acá el link del artículo en su lengua original

viernes

Otra hora

Es cierto

No dudes

Que una roca

Puede quebrarse

En diez mil pedazos.


Entiende

Te lo pido

La vida es una

Puede acabarse

En cualquier momento.


No actúo

Sólo siento

Todo o nada

La belleza oculta

A una lógica inútil.


Justo así

Sintió Pessoa

La agria amargura.


Ser nada

Y llevar consigo

Los sueños del mundo.


miércoles

Agosto


No escapa.
..........Prisionera,
entre los muros de mi cráneo habita.
..........He deseado liberarla,
y ella plácida reposa.

Insomne
.......... espero sólo la antesala del otoño.



Pont des Arts


¿Recuerdas aquella noche brumosa que cruzaste el Pont des Arts? Te detuviste a la mitad, dubitativa, y escuchaste durante algunos minutos la cadencia silenciosa del Sena. No acostumbrabas fumar, pero siempre cargabas una cajetilla en la bolsa. Algunas ocasiones, pocas, ameritaban algunas caladas y ver el humo extinguirse a lo lejos. Prendiste un cigarro y fumaste pasmada. Te había sucedido un par de veces, sentir el mundo fundirse uno contigo. Las barreras desaparecer y encontrar una intimidad perdida con lo que te rodea. Algo sucedía y sentías un escalofrío reconfortante recorrer tu espalda, tus brazos. Potenciar la sensibilidad de tus dedos. Los ojos se humedecían. No llorabas, sólo te embargaba una felicidad pacífica. Cuando eso sucedía, sin ninguna razón, mirabas al cielo. Esa noche fue la tercera.

En el puente que pisabas, recordaste, Oliveira y la Maga se encontraban sin andarse buscando. Habías leído que Napoleón I lo mandó construir con un manufacturero inglés, y fue el primer puente metálico en París, símbolo de la magnificencia y progreso del imperio en ciernes. También, recordaste, el Pont des Arts había cerrado algunos años después de la Segunda Guerra Mundial a causa de los bombardeos constantes del ejército nacionalsocialista. El puente, en el que ahora te detenías, había sido vuelto a construir en febrero de 1981, justo durante los días en los que habías nacido. Sentiste, recuérdalo, una hermandad con aquellas vigas y maderas y el río que había visto callado pasar la historia del siglo. También volviste a sentir aquel aliento en tu cuello, aliento que desde hace tres años nunca ha faltado a tu lado, en tu cama, tu vida.

Hace tres años en este mismo lugar te detuviste. No prendiste un cigarro, pero tomaste la cámara, tu bendito juguete. Tomabas fotos de las chispas resplandecientes en el agua, luego de la farola que las causaba, las texturas del metal y tus pies sobre las rocas que fueron colocadas cuando llegaste al mundo. Aquella noche un hombre caminaba solitario por el puente. Pensaba, como solía hacerlo durante sus caminatas nocturnas. Aquella ocasión se detuvo a unos metros de ti. Él, como Oliveira, como la Maga, como tú, era americano. Vestía desaliñado y encorvado caminaba mirando al suelo. Tu reacción inicial fue defensiva. Cruzaron miradas, azarosamente. Algo había en él que de inmediato soltaste el cuerpo y regresaste al río, su danza y tu cámara. Mientras tanto, él miraba el cielo y se detenía unos segundos en el vaho que desprendía su aliento invernal. Contra toda lógica, fuiste tú quien te le acercaste. Charlaron como dos viejos moribundos.

Su primera plática, quizá no lo recuerdes, fue sobre la existencia. Ambos tenían una maniaca obsesión con el presente, con el ahora, su fugacidad. Su intensidad. Su pura presencia. Él, esto sí lo recordarás, te citó algunos párrafos de Proust, te cantó algunos versos de Baudelaire, y concluyó no sin cierta pedantería que las sorpresas tienen la mayor carga ontológica. Fue, eras, éramos unos muchachos. Recuerda que, como siempre, día a día, tres años, le contradijiste. No porque creyeras otra cosa. No. Contradecirlo seguía una lógica informal. Una especie de mayéutica para sacarlo de quicio. Te gustaba verlo enfadado, bufar contra las torpezas teóricas que hacías decirle. Sentías una profunda satisfacción, y la seguiste sintiendo, haciéndole ver que su inteligencia no era tal cual él la imaginaba. Al él esto también le satisfacía.

Esa noche se dejaron en ese mismo puente. Tú caminaste hacia el patio interior del Louvre, él hacia el Institut de France. Muchas veces volvieron a encontrarse, allí, en el barrio de Montmartre, en el de Pigalle. Eras tú quien lo abordaba. Él contenía la sonrisa. Tomaban café en Les Deux Magots, en Le Dauphin, en Le Rendez-Vous des Belges. Poco a poco la plática se convirtió en una especie de susurro y su compañía una clase de complicidad. Terminaron, meses después del encuentro inicial, dormidos en el sofá de tu piso en el Quartier Latin. Esa noche sentiste por primera vez su aliento en tu cuello, tu vida pasar con cadencia a través de la noche y su silencio.

Así sería y así es, y en eso pensabas mientras tu cigarro se consumía en el Pont des Arts. Yo te veía desde la otra orilla. Creías que estaría escribiendo o leyendo, esperando tu llegada del College de France. Yo también fumaba. Sabía que los miércoles por la noche tomabas una horas para leer en la biblioteca a la salida, luego entrabas a algún café de la zona, y terminabas el ritual justo aquí, mirando el Sena pasar como pasa tu vida. Nunca te espié. Sólo lo sabía. Lo adivinaba. Por eso acudí aquella noche. Te observé fumar. Te mire pensar. Sentía cómo disfrutabas aquellas caminatas nocturnas, tu curiosidad, tu aparente despreocupación. Amaba y amo cada uno de tus pasos.

Te tomé por sorpresa, pero con cautela. Te abracé por la espalda y coloqué mi boca a ras de tu cuello. Expiré calor, como todas las noches. Colocaste tu mejilla sobre mi hombro. Fueron algunos minutos. Callados. Sé que sabías, sabíamos ambos, que la vida había comenzado y terminaría allí, en el Pont des Arts.

*Próximamente aparecerá por ahí. Les aviso.

Dos bocetos


1.

Te siento aquí,
quizá sólo una sombra:
el deseo.


2.

Tu olor ya se desvanece.
También es etéreo
El perfume.

De vuelta

Temí, sólo por un momento, consultar la fecha exacta del último post. Mi temor está justificado.
El tiempo pasa. Me hago viejo. Cuando digo esto a alguien, suele reírse de mí. "Chamaco", parecen pensar. Sigo temiendo: a quienes se los digo son más viejos que yo. Los jóvenes (los he descubierto) miran mis canas. Me hago viejo. Cuando le he dicho esto a mi madre, me dice "Te has tardado en no tener el pelo blanco por completo, tu padre lo tenía así desde los veinticinco". No importa, me hago viejo. Las canas no mienten. Tampoco la resaca, común ya en mi día a día. Mientras escribo esto, el tiempo sigue su paso, y yo sigo haciéndome viejo.
Otro tema, periférico, evidente: estoy de vuelta. La razón: me han vuelto las ganas de escribir cosas que no me paguen, o por las que no busque paga. Libertad, en resumen.
Seguiré aquí, haciéndome viejo, escribiendo.

Why We Need To Fear, Or Why Batman Isn't a Coward


Reading Neurophilosophy Blog I found this, which I think explains the benefits, nature and place of one of our darkest emotions (or why everything of us is essentially natural, has an role in our practices, and therefore shapes our form of life):
A 44-year-old woman with a rare form of brain damage can literally feel no fear, according to a case study published yesterday in the journal Current Biology. Referred to as SM, she suffers from a genetic condition called Urbach-Wiethe Disease. The condition is extremely rare, with fewer than 300 reported cases since it was first described in 1929, and is caused by a mutation in a gene on chromosome 1, which encodes an extracellular matrix protein. The symptoms vary widely, and in about 50% of cases there is calcification, or hardening, of structures in the medial temporal lobe of the brain. In SM's case, it led to degeneration of the amygdala (below), a small, almond-shaped structure known to be involved in fear and other emotions [...]

SM therefore seems unable to detect threats in her environment and, as a result, does not actively avoid potentially dangerous situations as most of us would. (My emphasis). Feinstein and his colleagues argue that this is because the amygdala is essential in triggering a state of fear. The amygdala is but one component of a network of brain structures that normally generate an appropriate fear response, but in its absence this response cannot be mounted, so that the experience of fear is severely diminished. The researchers further suggest that she may be immune to the effects of post-traumatic stress disorder, and that interventions which target the amygdala could therefore be beneficial for sufferers of the condition.

Hornby's way of saying he isn't stupid anymore...

In his monthly column in The Believer, 'Stuff I've Been Reading', Nick Hornby wisely writes:

Something has been happening to me recently—something which, I suspect, is likely to affect a significant and important part of the rest of my life. The grandiose way of describing this shift is to say that I have been slowly making my peace with antiquity; or, to express it in words that more accurately describe what’s going on, I have discovered that some old shit isn’t so bad. (My emphasis).

viernes

Algo más acerca de la felicidad



De Luis Ignacio Helguera, un poema y una fábula:

Alta nos queda la felicidad
fin último del hombre según Aristóteles
alta nos queda
rara vez la alcanzamos
pero a veces
en forma burlona de globo
desciende sobre nuestras pobres cabezas
y sentimos su suavidad
electrizarnos el pelo
y asimos su hilo
y acariciamos su liviandad oval
y paseamos por el parque del mundo
con nuestro globo
y reímos como idiotas
ebrios de felicidad
hasta que nos parece ordinario, aburrido, soso
pasear como idiotas con un globo por el mundo
y la mano pierde el hilo
y el globo vuela angustiosamente
como hacia un precipicio
hacia el infinito.

INTERSECCIÓN

Por el Parque España un joven corría eufórico, los brazos en alto:
-¡La hice! ¡La hice!
Daba la impresión de haberse sacado la lotería. Después de dar la vuelta a unas jacarandas, sin dejar de celebrar, se cruzó con un viejo cabizbajo, que se enjugaba las lágrimas con un pañuelo guinda. Se miraron a los ojos. El viejo lo miró desde el fondo de su ser con envidia, rencor, odio. El joven bajo los brazos, caminó despacio, miró al viejo con vergüenza, desconcierto, lástima. El viejo siguió su camino, cabizbajo. El joven siguió su camino, miró al viejo a lo lejos, levantó los brazos nuevamente y continuó su carrera feliz:
-¡La hice! ¡La hice!

miércoles

The new website of The Frontal Cortex



Jonah Lehrer, mentioned here in previous posts, moved his website The Frontal Cortex to Wired. Its always a pleasure to read some intelligent and imaginative connections between culture and science, and Lehrer almost always does them. For example, you can read here his new post about money and happiness, an insightful sketch that supports some of Aristotle's, Schopenhauer's and Nietzsche's reflexions on happiness. Here the main argument:
What does experience-stretching have to do with money and happiness? The Liege psychologists propose that, because money allows us to enjoy the best things in life – we can stay at expensive hotels and eat exquisite sushi and buy the nicest gadgets – we actually decrease our ability to enjoy the mundane joys of everyday life. (Their list of such pleasures includes ”sunny days, cold beers, and chocolate bars”.) And since most of our joys are mundane – we can’t sleep at the Ritz every night – our ability to splurge actually backfires. We try to treat ourselves, but we end up spoiling ourselves.
This makes stronger my conviction about the paradoxical fortune of my involuntary poverty. Or, perhaps, it only excuses it.

Hello or Goodbye? Maybe both, in an imaginative way




Así no son las cosas (¡demasiado drama!):

You say yes, I say no
You say stop and I say go, go, go
Oh, no
You say goodbye and I say hello
Hello, hello
I don't know why you say goodbye
I say hello

Obviamente no tengo nada en contra de la rola, la cual es incluso una de mis favoritas de The Beatles. Mi problema es su contenido. Así que ofrezco una alternativa mucho más imaginativa de la situación:



Moraleja:

So here we are tonight
You and me together
And the storm outside
And the fire's bright
Oh, and in your eyes
I see what's on my mind
You've got me wild
Turned around inside

Oh and then desire, see
Is creeping up heavy
Oh inside here
And do you feel
The same way as I do now
Let's make this an evening
Lovers for a night, lovers for tonight

Why n' stay here with me, love, tonight
Just for an evening
And when we will make it
Our passionate pictures
You and me twist up as secret creatures
And we'll stay here
Tomorrow go back to being friends
Yeah, Oh, go back to being friends

But tonight let's be lovers,
We kiss and sweat
We'll turn this better thing to the best
Of all it can offer
Oh, this rogue kiss
Tangled tongues and lips
See me this way
I'm turning and turning for you
Ah girl, ah just tonight run away
Yeah, with me for an evening
Ah, just wait and see
But then tomorrow go back to your man
I'm back to my world
And we're back to being friends
Oh wait and see me
Ah tonight let's do this thing
All we are is wasting hours
'til the sun comes
It's all ours
On our way here, yeah cause
tomorrow go back to being friends

Yeah, oh go back to being friends
Tonight let's be lovers, oh please
Tonight let's be lovers, say you will
Tonight let's be lovers, oh yeah
Tonight let's be lovers

And hear me call,
Oh soft-spoken whispering now
Well, a thing or two I have to say here
Tonight let's go all the way then
Oh lover I can see you
Just for an evening
Oh, let's strip down
Trip out at this
One evening's hour starts with a kiss
And away yeah, then

And tomorrow back to being friends yeah
And now lover, love you, yeah,
Just for tonight, one night, love you,
And tomorrow say goodbye
Tomorrow say goodbye...

P.D. Les dejo el video de la rola, focalizado en la interpretación de Carter Beauford, baterista de la banda, y como se podrán dar cuenta, uno de los mejores bateristas del mundo.

martes

Reflexiones porosas


Charles Percy Snow, químico y novelista inglés, lamentó, en su célebre conferencia de 1959 en el Senate House de Cambridge, la ruptura de lo que denominó "las dos culturas": por un lado la científica, por otro la artística. El problema de la franca hostilidad entre científicos y artistas, desde aquel momento, es una calca del diagnóstico de Snow:
Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado cuántos de ellos eran capaces de enunciar el Segundo Principio de la Termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de "¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?"
Por suerte, cada lustro (si bien nos va), aparece una voz que logra conjugar lo mejor de ambas culturas, mostrándonos -si sabemos prestar la atención debida-, que no hay dos culturas, sino una sola, la cual reproduce el par de perspectivas desde las que los seres humanos podemos autoconocernos (el arte explota la perspectiva de la primera persona, o perspectiva fenomenológica; mientras la ciencia reconstruye la perspectiva, no contaminada y aparentemente impersonal, de la tercera persona).

Es éste el caso, no lo dudo, de Jonah Lehrer y su extraordinaria obra Proust y la neurociencia.

Conocí a Lehrer por su blog. Uno de los mejores, o quizá el mejor blog que he leído. Lehrer fue un afortunado. Trabajó en el laboratorio de neurociencia de Eric Kandel, premio Nobel de Medicina, y quizá el experto mundial en los estudios sobre la memoria. A Kandel siempre le había admirado, y Lehrer abreva seguramente del maestro. Proust y la neurociencia "versa sobre algunos artistas que se adelantaron a los descubrimientos de la neurociencia; escritores, pintores o compositores que descubrieron unas verdades sobre la mente humana -unas verdades reales, tangibles- que la ciencia está redescubriendo en la actualidad. Sus imaginaciones vaticinaron descubrimientos futuros". Así, en las páginas del libro, Lehrer nos narra el descubrimiento proustiano de la falibilidad de la memoria, la agudeza de Eliot para descubrir la maleabilidad del cerebro, o el accidental hallazgo del quinto sabor por parte del chef Escoffier.

Termino. La ventaja de reflexiones como la de Lehrer radica en una virtud epistémica opacada por la ruptura de las dos culturas: la porosidad. Una reflexión es porosa cuando se deja contaminar por las informaciones de las ciencias naturales y de las ciencias sociales -sobre todo, de la historia-, pero también de algunas experiencias y prácticas de la vida cotidiana, así como de sus deseos, emociones, intereses, e incluso de expresiones suyas como las de la cultura popular.

Texto para la cápsula "Al margen del libro" del programa de radio Notas al Margen, a trasmitirse el martes 20 de julio, a las 6 de la tarde.

jueves

Please, Please, Please Let Me Get What I Want


HAVEN’T HAD A DREAM IN A LONG TIME
SEE, THE LIFE I’VE HAD
CAN MAKE A GOOD MAN BAD

SO FOR ONCE IN MY LIFE
LET ME GET WHAT I WANT
LORD KNOWS, IT WOULD BE THE FIRST TIME

miércoles

Sobre el poder perlocucionario de nuestras ficciones



Leo La ciudad de las palabras, de Alberto Manguel, y anoto:

Las palabras no sólo nos otorgan realidad; también pueden defenderla. En la Edad Media, se suponía que los poetas irlandeses podían proteger los campos de trigo y de cebada "matando a golpe de rima a las ratas", es decir, recitando versos en los campos en los que los roedores habían hecho sus nidos. En el siglo XVI, Tulsidas, la gran figura de la poesía hindi, autor de la versión del Ramayana que incluye la epopeya de Hanuman y su ejército de monos (el célebre Ramacaritamanasa o Lago de los hechos de Rama), fue encerrado por el rey en una torre de piedra. A solas en su celda, Tulsidas recitó su poema en voz alta y de esa recitación surgieron el mono Hanuman y su ejército, que irrumpieron en la torre y liberaron a su hacedor. En 1940, dieciséis años después de la muerte de Kafka, Milena, la mujer que tanto había querido, fue detenida por los nazis y enviada a un campo de concentración. De pronto la vida pareció convertirse en su reverso: no en muerte, que es su conclusión, sino en un estado demencial y sin sentido, un estado de un sufrimiento brutal que no respondía a culpa alguna ni tenía ningún propósito visible. Intentado sobrevivir a esa pesadilla, una amiga de Milena concibió un método: recurrir a los libros que había leído hacía tiempo y que, inconscientemente, almacenaba en la memoria. Entre los textos memorizados figuraba uno de Máximo Gorki, "Ha nacido un hombre". La historia relata cómo el narrador, un muchacho que acierta a pasar un día por un lugar de la costa del Mar Negro, se topa con una campesina que está aullando de dolor. La mujer está embarazada; ha huido del hambre que azota su aldea y ahora, sola y aterrorizada, está a punto de dar a luz. A pesar de sus protestas, el muchacho la ayuda. Baña al recién nacido en el mar, enciende una hoguera y prepara un poco de té. Al final del relato, el muchacho y la madre siguen a un grupo de campesinos; el muchacho sostiene con un brazo a la madre; en el otro, lleva al niño. El relato de Gorki se convirtió, para la amiga de Milena, en un santuario, un pequeño lugar seguro en el que podía refugiarse del horror cotidiano. La ficción no ofrecía ningún sentido a su desgraciada situación, no la explicaba ni la justificaba; ni siquiera ofrecía esperanza para el incierto futuro. Simplemente existía como un punto de equilibrio recordándole que había una luz en medio de aquella oscuridad y ayudándole así a sobrevivir. Ése, creo yo, es el poder que tienen las ficciones.

martes

¿El último intelectual?



El término mismo es pretencioso. Está asociado a un estereotipo más sucio que pintoresco: boina, cuello de tortuga, pipa; frases hechas, opiniones de todo tipo y sobre todo, juicios grandilocuentes. Monsiváis no siempre usaba cuellos de tortuga, ni boinas, pero sus muchos gatos, su cabello arremolinado en caótica tempestad, nada de sacos ni corbatas, su desaliño total suplía nuestras preconcepciones sobre su gremio; cuando le entrevistaban, una necesidad compulsiva de soltar frase tras frase que denotara su ingenio, su humor siempre apresurado y torpe. Monsiváis fue un estereotipo de sí mismo. Y, lo confieso, su persona nunca despertó en mí respeto ni admiración (seguramente dado que sólo había conversado con él de manera rápida un par de veces; pues los que le conocieron aseguran con sus manos al fuego que el hombre era un ser humano entrañable; no lo dudo, pero apelo a mi ignorancia). Sin embargo, quién más que su obra para callarme la boca una vez tras otra. En cada uno de sus artículos, crónicas, ensayos, de sus libros en apariencia desordenados, de su prosa a trompicones, en cada una de sus frases, algo se ilumina.


Iba en el coche, casi llegando a casa, el sábado que escuché por la radio la noticia de su muerte. Un matrimonio de amigos míos, muy amigos suyos, hace algunas semanas me habían informado que su muerte era inevitable. Nada había que hacer, sólo esperar. Muerto, pienso que el único homenaje que realmente merece es que quienes no le hayan leído, le lean; quienes le hemos leído y disfrutado, que le releamos. Y eso he hecho.


Antes, una búsqueda rápida por la red. Leo «Conciencia crítica», el breve texto que su amigo José Emilio Pacheco publicó en El País a raíz de su muerte. Dos ideas: la perdida de Monsiváis nos lleva, sobre todo, a la resignación a no verlo más en la televisión, no leerlo en el diario, no encontrárnoslo nunca más en las innumerables presentaciones de libros ni mesas redondas a las que asistía. El mismo José Emilio, durante la presentación que hizo del premio FIL 2006 a Monsiváis, aventuró un par de hipótesis sobre su ubicuidad: «La primera hipótesis acerca de este enigma es que la ciencia nacional ya ha logrado en secreto la clonación: hay un ejército de Monsivaises que fingen ser una sola persona. La segunda se apoya en la magia del México profundo: como la protagonista de la más hermosa historia fantástica inventada anónimamente en este país, La Mulata de Córdoba, Monsiváis posee el don de la ubicuidad, la solidaridad con los oprimidos, el poder de escapar a todo lo que pretende cercano y el privilegio de la eterna juventud». La segunda idea completa a la primera: la muerte de Monsiváis nos representa la pérdida de una de las más lúcidas y omnipresentes conciencias críticas de nuestra cultura (alta o baja, da igual).


Leo, también, en el Blog de la redacción de Letras Libres, una entrada de Rafael Lemus (uno de los decanos de nuestra futura crítica literaria, según el propio José Emilio) sobre Monsiváis. Aunque la fuerza perlocucionaria de su texto es precisa (Rafael trata, si no me equivoco, de desmitificar la presencia monolítica de un hombre heterogéneo y polifacético), no concuerdo con él en una sola idea: Rafael parece sugerir que no hay en la obra de Monsiváis un núcleo, un tema que pueda englobar, aunque sea en su mismo caos, los tan diversos intereses que motivaron su escritura.



Ahora sí, a releer a Monsiváis. Un primer recuerdo: hace algunos años leí Las alusiones perdidas, el texto que recogía las participaciones de Pacheco y Monsiváis durante la entrega del Premio FIL 2006. Herralde, afortunadamente, no dejo que estos textos se diluyeran en el olvido de los asistentes, y los publicó en un pequeño libro en el que ahora creo encontrar algunas de las claves para leer la basta obra de Monsiváis. Cuando lo leí, no me percaté en qué medida había influido en mí. Así sucede: nuestras ideas —se sabe— no son más que un conjunto de frases prestadas, que cuando lo son inconscientemente, se acoplan a otras y forman un sistema de creencias no original en sus partes, pero sí en su conjunto. No quiero alargar esto, que daría para un pequeño libro, así que me limito a citar a Monsiváis, las ideas que creo que están presentes en su mirada atenta y siempre imaginativa:

El mayor enemigo de la lectura no es el culto de las imágenes, ni el desdén por todo lo que envía a desenterrar un diccionario, ni siquiera la incomunicación entre los seres humanos […] sino las catástrofes en la enseñanza pública y, quién lo dijera, privada, una demolición que vigorizan el desplome de las economías y el sopor ante la idea de las humanidades […]


Si aún persiste el impulso del desarrollo cultural, actúan en su contra, entre otros, los siguientes elementos: el deterioro del magisterio (salarial y social) y el crecimiento gozoso del analfabetismo funcional, muy en especial entre las «buenas familias». Desaparece la mayoría de las referencias que han sido el código compartido de los países de habla hispana, y los autores, lo reconozcan o no, sedirigen a los lectores desde la incertidumbre. «¿Qué se yo de lo que en verdad leen, y cómo enterarme de si leen lo que escribo con datos incontrovertibles ajenos a los índices de ventas?» Los puntos de acuerdo y recuerdo se van desvaneciendo y a esto José Emilio Pacheco lo llama el proceso de «las alusiones perdidas». El idioma febril de las nuevas corrientes no incluye por ejemplo a casi todas las referencias bíblicas, de la cultura grecolatina, de la historia del siglo XIX, de los grandes momentos de los países. ¿Cuántos saben en qué consistieron la burra de Balaam, la humillación de Canosa, el tonel de las Danaides, Scilla y Caribdis, o, en México, la Guerra de los Pasteles (la invasión del ejercito francés para cobrar la deuda de un pastelero) y el Héroe de Nacozari (el conductor de tren que se sacrifica para salvar a los pasajeros y a la población)? La memoria colectiva sólo interviene en las ocasiones de contento, y el ayer, salvo casos excepcionales, se considera denso, aburrido, dificultoso. Y la mayoría de los que leen, leen otra cosa, no sé cuál pero otra.


[...] ¿en qué momento y por qué motivo la lectura y la cultura definidas clásicamente (artes, música, teatro, cine de calidad) pasan a ser algo que se envía a las regiones del tiempo libre, mientras que los medios y la industria del entretenimiento son para demasiados «la realidad»? Y una gran interrogante: ¿cuándo se pierde, en definitiva, la causa de las humanidades como formación central?


Al humanismo se lo expulsa en definitiva del currículum educativo en la década de 1970, al encargársele a la iconosfera (el imperio de las imágenes) la formación de las nuevas generaciones. No se le ve sentido a la brillantez verbal, y cada vez son menos los capaces de sentirla y admirarla, la gran mayoría renuncia a la lectura de poemas, y el asunto se agrava al decidirse —sin razonarlo y sin deliberarlo— que la literatura ya no es el punto de partida de la estructura del conocimiento, sino, francamente, un entretenimiento que no alcanzó el grado de los deberes escolares. (Algo se sabe de la trama de Don Quijote, ¿pero quién lo lee? No ciertamente muchísimos funcionarios que presiden los homenajes a Cervantes). Y el sitio antes central de la literatura lo ocupan las imágenes, al grado de que el «tiempo libre» de la sociedad viene a ser lo que resta luego de ver partidos de futbol, telenovelas, reality shows, series televisivas, películas, lo que, además, ya no es «tiempo libre» sino «obligación urbana». ¿Tiene caso quejarse? Por supuesto que no, lo inevitable sucede aunque lo inevitable desemboque en la desarticulación de la sociedad.

Monsiváis fue el cronista de nuestras nuevas alusiones compartidas, y la conciencia siempre crítica del proceso gradual e inevitable de las alusiones perdidas. Pero, si como él mismo afirma, de nada sirve quejarse, ¿no sería más sensato acudir como un espectador silencioso al espectáculo diario de desarticulación de la sociedad? En algún sentido sí, pero ello no le quita valor a la filiación que podemos sentir hacia las causas perdidas —nosotros, quienes defendemos lo humano a capa y espada, sabiendo de antemano que ya hemos perdido la batalla. Así resume Monsiváis sus credenciales:

Mi acta de ciudadanía se arma con la suma de causas perdidas que me han importado y que continúan haciéndolo. Cómo negar el atractivo de las causas perdidas: alejan del orgullo pueril de la repartición de prebendas, le confieren a la derrota el aire de la sabiduría, auspician el sentido del humor a contracorriente, crean escalas valorativas más justas o mucho menos injustas y, sobre todo, se vuelven inevitables en la era neoliberal. Si no se cae en el victimismo, las causas perdidas son un recurso enorme de la salud mental. «Que Dios debería proteger a los buenos ya que los malos son definitivamente estúpidos y tan corruptos que en las noches se giran a sí mismos cheques sin fondos».

No nos percataremos de inmediato del significado que tiene la pérdida de Monsiváis. Pronto o tarde quizá su obra se desvanezca en el proceso de las alusiones perdidas. Quizá él mismo, más consciente que muchos otros, sabía que también esa batalla la tenía perdida. ¿Fue él nuestro último intelectual? ¿Nuestra última mirada penetrante, imaginativa y vagabunda? No el último, pero sí uno de los últimos. Pocos quedan que, sin encasillarse en los especializados y eruditos muros de la academia, ni en la profesión analfabeta de los opinadores profesionales, combinen virtuosamente el rigor y la imaginación que, como afirma Carlos P., son los ingredientes necesarios para examinar cualquier cosa.


(Texto para la cápsula «Al Margen del Libro», del programa Notas al Margen. A transmitirse el 29 de junio de 2010).

lunes

Addendum a la entrada anterior



Mientras leía a Sheridan, acá, pensé que yo también necesito al Fiscal Copy Paste como uno de mis colaboradores más cercanos. Desde que conozco esta página, he comenzado a sospechar que casi todos los "filósofos" franceses (uno que otro alemán y gringo, y también casi todos los latinoamericanos) son heterónimos del Posmodernism Generator (algo que nunca sabré, pues el generador es aleatorio, y nunca un texto generado es el mismo que el de la vez anterior; por lo que, finalmente, la ayuda del Fiscal Copy Paste no me serviría de nada). Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?

sábado

Sobre el presunto derecho a poder decir cualquier cosa (Obertura)



Mientras termino con las últimas pinceladas de mi tesis doctoral, me divierto preparando el programa de uno de los cursos que tendré que impartir el siguiente semestre. Se trata de un curso medio de Filosofía de la Ciencia, dirigido a estudiantes de la licenciatura en Filosofía. A pesar de que siempre he estado interesado en algunos temas del área (e.g., la justificación de nuestras inferencias inductivas, la naturaleza de la explicación científica, y la presunta unidad de la ciencia), nunca había dado el curso, pero ahora la asignatura me queda como anillo al dedo por los temas que vienen ocupándome hace algunos meses. Uno de ellos: la normatividad de nuestros discursos con pretensiones cognitivas o epistémicas. En este contexto, he empezado a leer el libro Imposturas intelectuales, de Alan Sokal y Jean Brincmont (el primero, profesor de Física en la NYU, el segundo profesor de Física Teórica en la Universidad de Lovaina). Llegué a este libro a través de Jacques Bouveresse, el cual, en Prodigios y vértigos de la analogía, secunda algunas de tesis defendidas por Sokal y Brincmont. No había tenido la oportunidad de leer el libro que ocasionara uno de los mayores escándalos intelectuales de la década pasada, pero ahora que lo leo me percató de las razones del escándalo, incluso me sorprende que el escándalo no hubiese sido mayor. Hacia el final de la lectura (me restan algunas páginas), empiezo a sentir un profundo optimismo, y casi no he podido reprimir las risotadas. Quisiera sólo transcribir algunos párrafos del prefacio a la edición castellana, de la introducción, y de la reseña de Richard Dawkins, para que se comprenda la naturaleza escandalosa del libro, luego seguir pensado el asunto, y escribir más al respecto en algunos días.

Del Prefacio a la edición castellana:

La publicación en Francia de nuestro libro Impostures intellectuelles parece haber provocado una pequeña tempestad en determinados círculos intelectuales. Según Jan Henley en The Guardian, demostramos que «la filosofía francesa actual es una sarta de bobadas». Según Robert Maggiori en Libération, somos unos científicos pedantes y sin sentido del humor que se dedican a corregir errores gramaticales en cartas de amor. Nos gustaría explicar brevemente por qué ambas caracterizaciones de nuestro libro son erróneas y responder tanto a nuestros críticos como a nuestros seguidores superentusiastas. Queremos, en definitiva, deshacer unos cuantos malentendidos.

El libro surgió de la ya famosa broma por la que uno de nosotros publicó, en la revista norteamericana de estudios culturales Social Text, un artículo paródico plagado de citas absurdas, pero desgraciadamente auténticas, sobre física y matemáticas, tomadas de célebres intelectuales franceses y estadounidenses. No obstante, sólo una pequeña parte del dossier reunido por Sokal en su investigación bibliográfica pudo ser incluida en la parodia. Tras mostrar esa recopilación a amigos científicos y no científicos, nos fuimos convenciendo (lentamente) de que quizá valiera la pena ponerlo al alcance de un público más amplio. Queríamos explicar, en términos no técnicos, por qué las citas son absurdas o, en muchos casos, carentes de sentido sin más; y queríamos también examinar las circunstancias culturales que hicieron posible que esos discursos alcanzaran tanta fama sin que nadie, hasta la fecha, hubiera puesto en evidencia su vaciedad.

Pero, ¿qué es exactamente lo que sostenemos? Ni demasiado ni demasiado poco. Mostramos que famosos intelectuales como Lacan, Kristeva, Irigaray, Baudrillard y Deleuze han hecho reiteradamente un empleo abusivo de diversos conceptos y términos científicos, bien utilizando ideas científicas sacadas por completo de contexto, sin justificar en lo más mínimo ese procedimiento -quede claro que no estamos en contra de extrapolar conceptos de un campo del saber a otro, sino sólo contra las extrapolaciones no basadas en argumento alguno-, bien lanzando al rostro de sus lectores no científicos montones de términos propios de la jerga científica, sin preocuparse para nada de si resultan pertinentes, ni siquiera de si tienen sentido. No pretendemos con ello invalidar el resto de su obra, punto en el que suspendemos nuestro juicio.

Se nos acusa a veces de ser científicos arrogantes, pero lo cierto es que nuestra visión del papel de las ciencias duras es más bien modesta. ¿No sería hermoso (precisamente para nosotros, matemáticos y físicos) que el teorema de Gödel o la teoría de la relatividad tuvieran inmediatas y profundas consecuencias para el estudio de la sociedad? ¿O que el axioma de elección pudiera utilizarse para estudiar la poesía? ¿O que la topología tuviera algo que ver con la psique humana? Pero por desgracia no es ése el caso.

Un segundo blanco de ataque de nuestro libro es el relativismo epistémico, a saber, la idea -que, al menos cuando se expresa abiertamente, está mucho más extendida en el mundo de habla inglesa que en Francia- según la cual la ciencia moderna no es más que un «mito», una «narración» o una «construcción social» entre otras muchas. Amén de algunos abusos de grueso calibre (como en el caso de Irigaray), desentrañamos cierto número de confusiones bastante frecuentes en los círculos posmodernos y de estudios culturales: por ejemplo, la apropiación indebida de ideas procedentes de la filosofía de la ciencia, tales como la subdeterminación de la teoría por los datos o la dependencia de la observación respecto de la teoría, todo con el propósito de apoyar el relativismo radical.

De la Introducción:

El origen de este libro estuvo en una broma. Desde hace años, estamos asombrados e inquietos por la evolución intelectual que han experimentado ciertos medios académicos norteamericanos. Al parecer, amplios sectores pertenecientes al ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales han adoptado una filosofía que llamaremos -a falta de un término mejor- «posmodernismo», una corriente intelectual caracterizada por el rechazo más o menos explícito de la tradición racionalista de la Ilustración, por elaboraciones teóricas desconectadas de cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es nada más que una «narración», un «mito» o una construcción social. En respuesta a este fenómeno, uno de nosotros, concretamente Sokal, decidió emprender un experimento no ortodoxo (y, forzoso es admitirlo, no controlado). Consistía en presentar una parodia del tipo de trabajo que ha venido proliferando en los últimos años a una revista cultural norteamericana de moda, Social Text, para ver si aceptaban su publicación. El artículo, titulado «Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica», estaba plagado de absurdos, adolecía de una absoluta falta de lógica y, por si fuera poco, postulaba un relativismo cognitivo extremo: empezaba ridiculizando el «dogma», ya superado, según el cual «existe un mundo exterior, cuyas propiedades son independientes de cualquier ser humano individual e incluso de la humanidad en su conjunto», para proclamar de modo categórico que «la "realidad" física, al igual que la "realidad" social, es en el fondo una construcción lingüística y social». Acto seguido, mediante una serie de saltos lógicos desconcertantes, llegaba a la conclusión de que «la π de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad». El resto del texto era del mismo tono.

Pese a todo, el artículo fue aceptado y publicado. Pero eso no fue lo peor, sino que además se insertó en un número especial de Social Text dedicado a rebatir las críticas vertidas por distinguidos científicos contra el posmodernismo y el constructivismo social. Difícilmente podrían encontrar los editores de Social Text una forma más radical de tirar piedras sobre su propio tejado.

Poco después, el mismo Sokal se encargó de desvelar la broma, suscitando un gran escándalo tanto en la prensa popular como en las publicaciones académicas. Han sido muchos los investigadores en el campo de las humanidades y las ciencias sociales que han escrito a Sokal, en tono a veces muy emotivo, para darle las gracias por su iniciativa y expresar también su rechazo de las tendencias posmodernas y relativistas que invaden sus respectivas disciplinas. Así, por ejemplo, un estudiante que se había pagado los estudios tenía la impresión de haber gastado el dinero en la compra de los hábitos de un emperador que, tal y como sucedía en la fábula, estaba desnudo. Otro decía que tanto sus compañeros como él estaban encantados con la parodia, pero pedía que no se revelara su identidad porque, aunque le gustaría ayudar a cambiar su disciplina, no podría hacerlo hasta que no hubiese conseguido un empleo fijo.

Pero, ¿por qué tanto ruido? Pese al escándalo en la prensa, el mero hecho de que la parodia se publicase no demuestra gran cosa; como máximo, pone en evidencia los estándares intelectuales de una publicación de moda. Lo verdaderamente revelador era el contenido de la parodia. Si se analiza con mayor profundidad, se observa que se construyó a partir de citas de eminentes intelectuales franceses y norteamericanos sobre las presuntas implicaciones filosóficas y sociales de las ciencias naturales y de las matemáticas; citas absurdas o carentes de sentido, pero que, no obstante, eran auténticas. En realidad, el artículo de Sokal no es más que una «argamasa» -de «lógica» intencionadamente fantasiosa- que «pega» unas citas con otras. Los autores en cuestión forman un verdadero panteón de la «teoría francesa» contemporánea: Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Félix Guattari, Luce Irigaray, Jacques Lacan, Bruno Latour, Jean François Lyotard, Michel Serres y Paul Virilio. En el artículo también se cita a prominentes académicos norteamericanos, especialistas en estudios culturales y otras disciplinas afines, pero éstos, por lo menos en parte, suelen ser discípulos o comentaristas de sus maestros franceses.

Lo que más me ha hecho reír, lo confieso, es el tono sarcástico de la reseña de Dawkins. Una pieza magistral, la cual casi transcribo íntegra (la transcribo en inglés, aunque me entero en el momento en que escribo esto, que existe una traducción al castellano, en un libro de Dawkins que compila varios artículos suyos, y que está publicado por la editorial Gedisa):

Suppose you are an intellectual impostor with nothing to say, but with strong ambitions to succeed in academic life, collect a coterie of reverent disciples and have students around the world anoint your pages with respectful yellow highlighter. What kind of literary style would you cultivate? Not a lucid one, surely, for clarity would expose your lack of content. The chances are that you would produce something like the following:
We can clearly see that there is no bi-univocal correspondence between linear signifying links or archi-writing, depending on the author, and this multireferential, multi-dimensional machiniccatalysis. The symmetry of scale, the transversality, the pathic non-discursive character of their expansion: all these dimensions remove us from the logic of the excluded middle and reinforce us in our dismissal of the ontological binarism we criticised previously.
This is a quotation from the psychoanalyst Félix Guattari, one of many fashionable French 'intellectuals' outed by Alan Sokal and Jean Bricmont in their splendid book Intellectual Impostures, previously published in French and now released in a completely rewritten and revised English edition. Guattari goes on indefinitely in this vein and offers, in the opinion of Sokal and Bricmont, "the most brilliant mélange of scientific, pseudo-scientific and philosophical jargon that we have ever encountered". Guattari's close collaborator, the late Gilles Deleuze, had a similar talent for writing:
In the first place, singularities-events correspond to heterogeneous series which are organized into a system which is neither stable nor unstable, but rather 'metastable', endowed with apotential energy wherein the differences between series are distributed... In the second place, singularities possess a process of auto-unification, always mobile and displaced to the extent that a paradoxical element traverses the series and makes them resonate, enveloping the corresponding singular points in a single aleatory point and all the emissions, all dice throws, in a single cast.
[...] No doubt there exist thoughts so profound that most of us will not understand the language in which they are expressed. And no doubt there is also language designed to be unintelligible in order to conceal an absence of honest thought. But how are we to tell the difference? What if it really takes an expert eye to detect whether the emperor has clothes? In particular, how shall we know whether the modish French 'philosophy', whose disciples and exponents have all but taken over large sections of American academic life, is genuinely profound or the vacuous rhetoric of mountebanks and charlatans?

Sokal and Bricmont are professors of physics at, respectively, New York University and the University of Louvain in Belgium. They have limited their critique to those books that have ventured to invoke concepts from physics and mathematics. Here they know what they are talking about, and their verdict is unequivocal.

[...] We do not need the mathematical expertise of Sokal and Bricmont to assure us that the author [Lacan] of this stuff is a fake. Perhaps he is genuine when he speaks of non-scientific subjects? But a philosopher who is caught equating the erectile organ to the square root of minus one has, for my money, blown his credentials when it comes to things that I don't know anything about.

Hacia el final de su reseña, Dawkins nos da a conocer un instrumento asombroso, el cual me ha dejado sin palabras:

If he [Sokal] were writing his parody today, he would surely be helped by a virtuoso piece of computer programming by Andrew Bulhak of Melbourne, Australia: the Postmodernism Generator. Every time you visit it, at http://www.elsewhere.org/cgi-bin/postmodern/, it will spontaneously generate for you, using faultless grammatical principles, a spanking new postmodern discourse, never before seen.

I have just been there, and it produced for me a 6,000-word article called "Capitalist theory and the subtextual paradigm of context" by "David I. L.Werther and Rudolf du Garbandier of the Department of English, Cambridge University" (poetic justice there, for it was Cambridge that saw fit to give Jacques Derrida an honorary degree). Here is a typical passage from this impressively erudite work:
If one examines capitalist theory, one is faced with a choice: either reject neotextual materialism or conclude that society has objective value. If dialectic desituationism holds, we have to choose between Habermasian discourse and the subtextual paradigm of context. It could be said that the subject is contextualised into a textual nationalism that includes truth as a reality. In a sense, the premise of the subtextual paradigm of context states that reality comes from the collective unconscious.
Visit the Postmodernism Generator. It is a literally infinite source of randomly generated, syntactically correct nonsense, distinguishable from the real thing only in being more fun to read. You could generate thousands of papers per day, each one unique and ready for publication, complete with numbered endnotes. Manuscripts should be submitted to the 'Editorial Collective' of Social Text, double-spaced and in triplicate.

As for the harder task of reclaiming US literary departments for genuine scholars, Sokal and Bricmont have joined Gross and Levitt in giving a friendly and sympathetic lead from the world of science. We must hope that it will be followed.

domingo

Analiticidad avant la lettre



Leo, con gusto y sorpresa, el Discours sur le style de Leclerc. Digo "con gusto y sorpresa" sobre todo porque desde hace algunos meses (¿años?) me molesto cada vez más con el tipo de discurso que abunda en el ámbito filosófico latinoamericano y europeo-continental. Este discurso se caracteriza, principalmente, por seguir un principio que mi amigo Carlos P., haciendo alusión a Borges, llama "el principio de la secta de los monótonos": a saber, "siempre es bueno más de lo mismo". Este discurso, además, es francamente permisivo. Se puede decir cualquier cosa, siempre y cuando suene profunda, se citen muchas fuentes (seguramente para aparentar que se lee mucho), y esté "estructurado" fuera de toda estructura. "Andar por las ramas", "ser barroco", "no respetar la gramática", "impedir que el otro te entienda" y, por tanto, "que el otro pueda emitir un juicio razonado sobre lo que dices", son principios subordinados al principio rector que fundamenta al discurso filosófico de moda.

En este contexto, otro asunto que me molesta mucho más que el anterior, es la ignorancia de quienes desprecian la filosofía analítica basados en un prejuicio muy tonto: considerarla como un discurso árido y carente de interés. Detrás de esta idea se aloja una comprensión unívoca y reductiva de lo que es la misma filosofía analítica. Cuando aludimos a ella, de manera muy básica, podemos estarnos refiriendo a dos cosas muy distintas: a) a un período histórico que abarca de manera general a Frege, Russell, el primer Wittgenstein, el neopositivismo del Círculo de Viena, etc.; o bien, b) a una metodología filosófica que puede tener compromisos filosóficos muy diversos (incluso contrapuestos entre filósofo y filósofo). Si hacemos caso al segundo sentido, la filosofía analítica no necesariamente implica un discurso árido, y mucho menos uno que hable de cosas que no interesan al ser humano ordinario. Por el contrario, la filosofía analítica puede y debe hablar de cualquier cosa, y además dispone de una serie de herramientas que permiten hacerlo de la mejor manera posible. Es en este sentido en el que puedo asegurar que el Discours sur le style de Leclerc constituye una especie de antología de los principios más básicos de la filosofía analítica avant la lettre; y de cómo debe presentarse cualquier discurso que tenga pretensiones cognitivas (no digo "científicas", pues este adjetivo también suele comprenderse de manera unívoca y reductiva). Cito varios fragmentos de este hermoso elogio del pensamiento preciso y maduro:
¿Qué es necesario para conmover y persuadir a la mayoría? Una entonación vehemente y patética, ademanes expresivos y frecuentes, palabras impetuosas y sonoras. Pero para los escogidos, de pensamiento vigoroso, de gusto delicado y sentido exquisito que, como ustedes, señores, toman poco en cuenta la entonación, los ademanes y el vano sonido de las palabras, se requieren asuntos, pensamientos, razones; es preciso saber presentarlos, matizarlos, ordenarlos; no es suficiente hacerse oír y atraer la mirada; es preciso influir en el alma e impresionar el corazón hablando al espíritu.

El estilo no es sino el orden y el movimiento que se pone a los pensamientos. Si se los enlaza estrechamente, si se los ajusta, el estilo resultará firme, vigoroso y conciso; pero, por elegantes que sean, si se los deja sucederse lentamente y no se juntan sino merced a las palabras, el estilo será difuso, flojo y lánguido.

Pero antes de buscar el orden en que han de presentarse los pensamientos es necesario haber hecho otro orden más general y más estricto, donde no deben entrar sino las primeras ojeadas y las principales ideas; un tema quedará circunscrito y se conocerá su extensión al asignarle un lugar en este plan inicial; los justos intervalos que han de separar las ideas principales se determinarán atendiendo a estos primeros lineamientos y así nacerán las ideas accesorias e intermedias que servirán para completarlas. Por el esfuerzo del intelecto se concebirán todas las ideas generales y particulares desde su verdadero punto de vista; con una gran finura de discernimiento se distinguirán los pensamientos estériles de las ideas fecundas y, por la sagacidad que da la larga costumbre de escribir, se presentirá cuál será el producto de todas estas operaciones del espíritu [...]

[El discurso] no puede impresionar el espíritu del lector ni puede hacerse sentir sino por la ilación, por la dependencia armónica de las ideas, por un desarrollo sucesivo, una gradación sostenida, un movimiento uniforme que toda interrupción destruye o hace languidecer [...]

Por la falta de plan, por no haber reflexionado suficientemente sobre su tema, un hombre agudo puede meterse en embrollos y no saber por dónde comenzar a escribir. Percibe a la vez un gran número de ideas y, como no las ha comparado ni subordinado, nada hay que le determine a preferir las unas a las otras; queda pues, en la perplejidad.

Pero cuando haya hecho un plan, una vez que haya juntado y puesto en orden los pensamientos esenciales de su tema, percibirá fácilmente el instante en que debe tomar la pluma, sentirá el punto de madurez de la producción del espíritu, estará obligada a hacerla brotar y no tendrá seguramente sino el placer de escribir: las ideas se sucederán sin dificultad y el estilo se hará natural y fácil, la vehemencia nacerá de este placer, lo esparcirá por doquier y dará vida a cada expresión, todo se animará más y más, el tono se elevará, los objetos tomarán color y el sentimiento, juntándose a la claridad, la aumentará, la llevará más lejos, la hará pasar de lo que se dice a lo que se va a decir y el estilo resultará interesante y luminoso.
En este punto, Leclerc hace varias observaciones, las cuales brillan por su actualidad, y son aplicables para la mayoría de los discursos a los que nos hemos acostumbrado (no sólo aquéllos que tienen un propósito cognitivo, sino incluso aquéllos que tienen propósitos primariamente poéticos o literarios):
Nada se opone más a la vehemencia que el deseo de poner en todas partes rasgos ingeniosos, nada es más contrario a la luz que debe revelar la forma y esparcirse equitativamente en un escrito que esas chispas obtenidas a la fuerza haciendo chocar las palabras unas contra otras y que nos deslumbran sólo unos instantes para dejarnos enseguida en las tinieblas. Son pensamientos que no brillan sino por oposición: solamente presentan un lado del objeto, dejando en la sombra todas las otras caras; a menudo este lado que se escoge es un punto, un ángulo sobre el cual se hace mover al espíritu con tanta facilidad que se lo aleja más de las grandes caras desde las cuales el sentido común acostumbra considerar las cosas.

No hay nada, todavía, más opuesto a la verdadera elocuencia que el empleo de estos pensamientos finos y la búsqueda de estas ideas ligeras, desleídas, sin consistencia y que, como la hoja de un metal batido, no tienen destello sino en tanto pierden solidez. Así, cuanto más ingenio nimio y brillante se ponga en un escrito, menos vigor tendrá, menos claridad, menos vehemencia y estilo [...]

Nada se opone más a lo naturalmente bello que el trabajo tomado para expresar cosas ordinarias o comunes de una manera singular o pomposa; nada degrada más al escritor. Lejos de admirarlo, nos causa lástima por haber empleado tanto tiempo en hacer nuevas combinaciones de sílabas para no decir sino lo que todo el mundo dice. Éste es el defecto de los espíritus cultivados pero estériles; usan palabras en abundancia, pero no ideas; trabajan, pues, sobre las palabras y se imaginan haber combinado ideas porque han combinado frases, haber depurado el lenguaje cuando lo han corrompido al torcer el sentido de las acepciones. Estos escritores carecen de estilo o, si se quiere, no tienen sino la sombra de él. El estilo debe grabar los pensamientos, ellos no saben sino trazar palabras.
Así resume Leclerc las condiciones que él piensa son necesarias para escribir bien:
Para escribir bien es necesario, pues, dominar plenamente el tema; es preciso reflexionar mucho para ver con claridad el orden de los pensamientos propios y formarlos en una serie, una cadena continua, donde cada punto represente una idea; cuando se haya tomado la pluma, será necesario conducirla sucesivamente sobre el rasgo inicial sin permitirle que se desvíe, sin apoyarla demasiado desigualmente, sin darle otro movimiento que el determinado por el espacio que debe recorrer. En esto consiste la severidad del estilo, esto es también lo que hará la unidad y lo que regulará la rapidez; asimismo, sólo esto bastará para hacerlo preciso y sencillo, igual y claro, vivo y continuo. Si a esta primera regla, dictada por el intelecto, se le agrega la delicadeza y el gusto, el escrúpulo en la elección de las expresiones, el cuidado de no nombrar las cosas sino en los términos más generales, entonces el estilo tendrá nobleza. Si se agrega aun la desconfianza para con el primer impulso propio, el desprecio de todo lo que no sea más que brillo y una repugnancia constante por lo equívoco y lo cómico, el estilo tendrá gravedad y hasta majestad.
Para entender cabalmente el Discours de Leclerc, debemos tener en mente en contra de quién o quiénes está escrito. Leclerc lo escribió en 1753, cuando fue electo como miembro de la Academia Francesa, como una protesta contra el estilo que entonces prevalecía, y que afectaba principalmente a los textos científicos (con propósitos primariamente cognitivos). Estos tratados, como parece sugerir implícitamente Leclerc, recurrían a la retórica abigarrada y a las descripciones fastuosas y afectadas, en lugar de simplemente exponer los datos con un lenguaje sencillo, ágil y sin ornamentos superfluos. Al leer el Discours, nos podemos percatar del énfasis que Leclerc hace sobre todo en: a) el orden expositivo, b) la jerarquía argumentativa, c) la reflexión como un paso necesario y previo a la escritura; y d) el desprecio hacia lo superfluo, los chispazos geniales, lo cómico y lo innecesario. En resumen, Leclerc sienta las bases, a mi modo de ver, de la analiticidad como una de las principales virtudes epistémicas.


* Afortunadamente, la UNAM publicó en 2003 la traducción castellana del discurso de Leclerc, a cargo de Alí Chumacero, con una excepcional presentación de José Luis Rivas. Además, su costo es risible. Para mayor información, pueden dar click aquí.


** En la misma línea de Leclerc se encuentra Jacques Bouveresse, quien en Prodiges et vertiges de l'analogie. De l'abus des belles-lettres dans la pensée (Paris: Liber-Raisons d'agir 1999) propone algo muy similar en contra del discurso científico de moda en nuestro tiempo (contra sus abusos, tendencias, prejuicios y manías). Disponemos ya de una traducción castellana, publicada por Libros del Zorzal. Para mayor información, pueden dar click aquí.